El verano: lo crudo y lo podrido

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Montero Glez es admirado, cuando no envidiado, por algunos de los autores de mayor éxito y mejor pluma de España. Su prosa, a veces muy dura, a menudo suelta y sorprendente, siempre precisa, es portadora de ideas muy poco "correctas", propias -jamás prestadas- , agudas como dardos que dan limpiamente en el blanco. ¿Y cuál es el blanco? La hipocresía, el egoismo social, el conformismo, la apariencia que maquilla la debilidad, la comodidad propia a expensas del malestar y el sufrimiento ajeno, la traición que acompaña las buenas intenciones, la cobardía moral, la pereza mental, la insensibilidad estética, la ignorancia, el atropello, el culto del propio ombligo, la imposición, la prepotencia, la autoridad. Del más puro cuño anarquista, Glez desprecia la violencia -no sólo la física, sobre todo la burocrática- , la violencia de la orden, especialmente la de la orden caprichosa, con la que es intransigente. Pero todo ello no es simplemente una postura sino una vivencia a la que Glez ha sido siempre fiel, a la que vive apegado a costa de su propio bienestar o, mejor, "bienestar" entre comillas. Porque Glez no es un amargado pero sí un hombre feliz.


Todo ello se desprende con luminosa claridad de estas breves cavilaciones sobre el verano.

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